29 nov 2008

El segundo

Se ha parado en la entreplanta. Sólo en el ascensor. Yo y el estado alarmante del susurro de mi respiración. Las paredes me devuelven el aliento que pierdo por cada alarido que lanzo reclamando socorro. Tenía mucho que hacer ahí fuera, y yo, como de costumbre, permito a las agujas que corran a sus anchas.

Me paro en un segundo. El segundo más largo de mi vida. Donde le abro las entrañas a mi fiel acompañante (la mochila) para extirparle la dosis de entretenimiento que debo ingerir aproximadamente cada hora. Un libro que tomé prestado por aquel entonces se convierte en lo único a que me puedo sujetar ante el miedo de volverme loco en el elevador con paredes cubiertas de frío metal. Aunque la escasa iluminación del tubo fluorescente estorbe a mi comodidad, consigo que una nueva historia me haga pensar en otros problemas que no son los míos.

No existe ascensor, no estoy atrapado. Han deseado que mi cabeza sea la que fuese atrapada por la locura. Querían crucificarme en dos metros cuadrados escasos de espacio. Una vez más, me protegió un factor externo. Un elemento que independientemente no tendría mucho que aportar pero en el conjunto cobraría todo el sentido del mundo. El olvido.

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