Dossier de confesiones

El despelote público, la ruptura con el espejo que me daba la espalda y reflejaba a todo aquél que intentaba verme o a lo mejor, ser visto. La fuerza de levantar las manos y poder protegerte con los puños, ante el mundo que cae encima y te confunde en la oscuridad con su amenazadora sombra. La calculadora de impresiones, con sumas y restas de alcohol y cocaína, pero la misma calculadora de siempre. El bloqueo mental a todo lo que huele a regalo recién desempapelado, a todo lloron que se ahoga en su propio llanto. Bloqueo a todo opresor que calle bocas, a aquellos que quieren matar vidas en el fondo del pozo de la libertad, donde poca agua yace y escasas verdades florecen. El retorno del pasado, la reinstauración de la ambiguedad, la vuelta de la vuelta al cole de El Corte Inglés, la prevalencia de la confusa objetividad. Y busco desde esta ventana para poder unirme a alguien que vea como yo, para formar un grupo, una amistad, un partido, un pensamiento... un no se qué, que me pone. Concluyo que soy un robot más, un estudiado y programado robot más, dibujado por un tipo que entre sus influencias se podría añadir el Doctor Frankenstein. Pero dime algún robot que confiese, me da igual que lo haga en la cama o en la Iglesia. Sólo te pido uno. No creo que lo hagan. Los robots vuelven a tragar todo lo que escupen. Son presos de sí mismos, no presos políticos. ¿Crees que me puedes tratar como a un robot?

Esto también me pone, o al menos me motiva: