4 ene 2008

Locura de un triste observador del escaparatismo

Uno que se pasó días, semanas y meses
mirando a las persianas que abrigaban las luces de las tiendas,

Observando al mismo puto maniquí cada noche
inmóvil en el gesto, la cara congelada y, para colmo,
se repite en la ropa.

Bajo los potentes y ardientes focos,
sin desparpajo alguno en su mirar y con la blancura de la piel que la caracteriza.
No tiene sentido el hecho de que me llegue a gustar. Hasta me repugna su amargura.
¡Qué sería de ella si le quitara la ropa! (véase Barrio Rojo de Amsterdam)
Le presto la imaginación al aire para que haga lo que quiera con ella a cambio de un respiro y un profundo suspiro entre las apisonadoras de la gente.

Llegan los reyes,
habrá que empezar a proclamar la república a gritos.

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