17 ene 2008

Reykjavík

He podido comprobar que el bus no me va a esperar si no me mantengo en la parada. Y es que la paciencia es una aliada indispensable cuando hablamos de esperas. Se pueden gastar las suelas de las zapatillas de darme tantas vueltas si el transcurso del segundero llega a ser eterno. Los bostezos se hacen amigos de mis facciones de la cara y absorben la energía y la agresividad que la caracterizaban. Morirse del aburrimiento e imaginarme como caerían de mi paraguas las gotas de la lluvia. Sí, del paraguas que dejé prestado y todavía no me lo han devuelto. Cada vez tengo más ganas de tirarme al suelo en vez de seguir la ley de la gravedad. Dejar descansar mis piernas y arrastrarme entre el polvo y la mierda que la gente ha recopilado a la altura de sus pies. Todo eso y más,eso sí, intentando no llamar la atención. No vaya a ser que me vean hacer el gilipollas cuando no lo soy, o que se crean que soy un feliciano cuando estoy pensando que me están amargando la vida.

El calor cansa. Creo que me gusta cada vez más el norte. Las cuchilladas del frío. La ametralladora de la lluvia.

Blanco.
Nítido.
Neutro.
Blanco.

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