1 ene 2008

Trinidad,1

Hacía un tiempo, me sentaba delante de ti, en esta misma silla.
A veces, desviando la vista a la ventana, me daba cuenta de que pasaba el agua, la luz, las hojas... pero tu no cambiabas de sitio.

Iba marcando mis porvenires en los fríos azulejos de la cocina, marcaba pequeñas acciones con las que las cifras de mi reloj se cambiaban más rápido de lo normal. Era testigo de un imparable combate entre el fuerte olor a tabaco y el romántico aroma de las infusiones. Mi pequeña habitación, con vistas al patio donde se podían escuchar las palabras y lo que no eran palabras de los vecinos, a la vez que escuchaban mis gritos de euforia en mis momentos más vividos. La habitación donde empecé a fabricar un sueño y terminé abandonándolo. Tan sólo una persiana verde de tiempos de guerra me separaba del mundo.

Y para cuando desperté, el reloj no había parado aún. El tiempo es lo que nos hace y nos rehace. Nos rompe y nos acribilla. El que nos despierta en un día de enero. Nos despierta del sueño eterno.

No hay comentarios: